VII. El hada de la envidia
- Devuélveme lo que es mío
- ¡No lo hagas!
Su espada estaba fría, tan congelada como la mismísima muerte. No, ella era más reconfortante, era preciosa y estaba en la esquina esperándome. Sus ojos se clavaban en los míos como estacas. No podía respirar. No puedo, no puedo más.
- Maldita...
- ¡No lo hagas!
Su espada estaba fría, tan congelada como la mismísima muerte. No, ella era más reconfortante, era preciosa y estaba en la esquina esperándome. Sus ojos se clavaban en los míos como estacas. No podía respirar. No puedo, no puedo más.
- Maldita...
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